En el espejo

Había una vez una niña a la que le dijeron que era fea. Llegó a su casa, se miró en el espejo y la niña que estaba adentro se lo repitió con todas sus letras. La niña no dudó un momento en creerlo, como esas verdades que parecen estar escritas en piedra. De ahí en adelante pensó que aunque fuera inteligente, estudiosa, sensible y graciosa, nada de eso era suficiente si alguien ahí afuera pensaba que no era bonita.

Años después, esa niña, convertida ahora en muchacha, anhelaba que alguien la mirara diferente. Tenía amigos, la apreciaban por quien era, pero ella seguía sintiéndo que su valía estaba sujeta a su físico. De nada servía su simpatía, si sus príncipes azules la veían con desdén porque no era la típica chiquilla bonita. Pensaba erróneamente, según lo que decían en la televisión, que tenía que luchar por la validación del ojo masculino, por "gustarle" a alguien. Eso y nada más, la iba a hacer sentir completa.

La muchacha se veía al espejo y ante ella sólo había un par de gafas gigantes y pesadas; montadas sobre una nariz igualmente grande y estorbosa. Esa nariz la enmarcaban las espinillas, una sombra de bigote, y se remataba en una sonrisa con brackets. Alrededor, una corona de cabello alborotado y seco. Miraba su cuerpo y sólo veía formas disparejas y un par de piernas flacas- por las que ya alguien la había juzgado.

La del espejo era muy cruel con ella. "Quien le va a hacer caso, con esa nariz tan grande, con ese pelo tan descuidado, con esos lentes descomunales...por eso nadie la mira. Por eso miran a Fulanita, a Sutanita, a Menganita, pero no a usted. A usted no la miran porque es fea". La muchacha terminó por creer que todo eso era cierto.

Un día, tuvo la oportunidad de cambiar los anteojos por unos lentes de contacto. Después, pudo deshacerse de los brackets. Creció y las espinillas la dejaron un poco en paz. Pero por dentro todo seguía igual. Se miraba en el espejo y la que la veía del otro lado la trataba un poco mejor, pero siempre le dejaba una carnada para que picara. "Se ve bien...pero se vería mejor si...". Nunca nada era suficiente.

Llegó la ansiada aprobación del sexo opuesto y la muchacha sintió un repentino alivio porque se dio cuenta que quizá no era tan fea después de todo. Fueron tiempos confusos, porque la muchacha se enteró que a pesar de la aprobación, la del espejo no terminaba de convencerse y la hacía dudar de sí misma. Cada vez que ella sentía satisfacción al ver su imagen, la otra le sembraba incertidumbres.

Pasaron muchos años y la muchacha se convirtió en mujer. Dejó de pensar en su físico por mucho tiempo, porque la vida se llenó de otras preocupaciones ambulantes y aleatorias. Se miraba al espejo y la mujer al otro lado sonreía, pero no decía nada más. Su silencio era inquietante. Si bien había dejado de ser despiadada, continuaba siendo escéptica y desconfiada. La mujer de este lado esperaba paciente que la del espejo algún día le dedicara alguna palabra bonita.

Un día, sin saber ni como, la mujer del lado de acá se dijo a sí misma que ya no iba a esperar más nada. Ella sola iba a romper con todo lo que conocía e iba a mandar a la mierda a la del espejo. Corrió al baño, se miró y le dijo a la otra que de ahora en adelante las cosas iban a cambiar. La del espejo la escuchó con atención, pero no dijo nada. Se quedó callada como siempre, pero creyó notar un brillo diferente en sus ojos.

La mujer comenzó a utilizar gafas de nuevo. Tuvo miedo de sentirse como cuando era niña, pero siguió adelante. Esta vez sintió que los anteojos eran parte de sí misma, como si fueran un brazo o una pierna y los amó. Luego decidió hacer las paces con su cabello, tan odiado y despreciado. Empezó a cuidarlo, a darle cariño y mimos, a aceptarlo tal cual era a pesar de ser como un hijo rebelde. Pasó gustosa por el proceso de gustarse a sí misma de nuevo y de verse bajo una nueva luz. Conoció personas que sumaron y que también estaban viviendo procesos similares.

Cambió la duda por la compasión.

Una tarde que se miraba al espejo, luego de probarse ese labial rojo sangre que había tardado tanto en comprarse y al que le había tenido tanto miedo,  la mujer del otro lado finalmente le habló.

-Estás muy guapa.

Se calló y no dijo más, pero le dedicó la sonrisa más grande del mundo.

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